Analine Cedillo
Agencia Reforma
Honrar a los difuntos con visitas al panteón y montando ofrendas son algunas de las costumbres mexicanas más arraigadas y reconocidas a nivel internacional: estas ceremonias, de raíces indígenas, forman parte del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO.
Cada uno de estos rituales tiene su toque particular según el sitio donde se realice. Aquí algunos de los destinos en donde hay que estar.
MICHOACÁN
De alma purépecha
Cada noviembre, quienes habitan a la orilla de lago de Pátzcuaro, en Michoacán, esperan el regreso de las ánimas de sus seres queridos para reunirse nuevamente al menos por una noche.
La isla de Janitzio es quizá el destino michoacano más popular para vivir esta celebración, pero si se busca un encuentro menos masivo y más auténtico, la recomendación es visitar comunidades como San Andrés Tziróndaro o San Jerónimo Purenchécuaro, situadas en el municipio de Quiroga.
En todas las comunidades el ritual comienza los últimos días de octubre con el montaje de altares con flores de cempasúchil y flores terciopelo, velas, pan de muerto y sus manjares favoritos para guiar a sus muertos de vuelta a casa. Luego, la víspera del 1 y 2 de noviembre, se visitan los panteones para llevar ofrendas a los «angelitos» o difuntos niños, y a los difuntos adultos, respectivamente.
La Noche de Muertos está abierta a todos los viajeros, a quienes se pide mostrar respeto por el ritual. Este año se han organizado alrededor de 700 actividades entre misas, concursos de altares y desfiles de catrinas, en sitios del estado como Santa Clara del Cobre o Erongarícaro, en la Zona Lacustre; Angangueo y Maravatío en la zona conocida como el País de la Monarca, o en Tangamandapio y Sahuayo en la región Zamora.
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SAN LUIS POTOSÍ
Celebrar el retorno
En la Huasteca potosina, la festividad de Día de Muertos o Xantolo es la más importante del año y las familias se reúnen para esperar la visita del alma de sus seres queridos. Para recibirlos, se montan altares con flores de cempasúchil y se preparan platos especiales, entre ellos el tamal de frijol sarabanda o los enormes tamales zacahuil y bolim.
En los pequeños panteones de las comunidades indígenas, entre ellas Axtla de Terrazas (a una hora en auto de Xilitla) hay velaciones donde los familiares comparten con los viajeros en un ambiente festivo y respetuoso. Lo ideal para visitar estos destinos es alojarse en Xilitla o Ciudad Valles y moverse en auto.
«Es una comunidad muy hospitalaria y se le da la bienvenida a quienes quieren participar y ser visitantes o peregrinos», destaca Rosa María Gutiérrez,
Parte central de esta fiesta son las danzas de comparsas, en las que los habitantes se disfrazan con máscaras de diferentes personajes que van bailando por el pueblo para asustar a los espíritus.
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HIDALGO
Momento de reunión
En la Huasteca hidalguense -al igual que en la potosina o la veracruzana- también se celebra el Xantolo o fiesta de Día de Muertos, que marca el encuentro de los vivos con quienes ya se han adelantado.
Las familias preparan ofrendas con flores de chempasúcil, chocolate y ricos platos regionales como cecina, enchiladas, bocoles y el tamal zacahuil, para acompañar con aguardiente, café y cerveza, entre otras bebida. También visitan los panteones los primeros días de noviembre.
«El viajero que llega a cualquier casa, le abren las puertas y le dan de comer y de beber», presume Eduardo Baños, secretario de Turismo de Hidalgo.
En las calles de los pueblos hay mucha algarabía gracias a las comparsas de personas que bailan disfrazadas para engañar a la muerte y lograr que no se las lleve, según marca la creencia. Algunos van acompañados de una banda y otros, vestidos de diablos juegan a chicotear a la gente, mientras lo niños les avientan cuetes.
Para experimentar Xantolo, se pueden visitar municipios como Yahualica, Atlapexco o Huejutla de Reyes.
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CAMPECHE
Por el cariño a los difuntos
La comunidad maya de Pomuch, en el municipio de Hecelchakán, tiene una forma singular de mostrarle el cariño a sus difuntos: cada año limpian cuidadosamente los huesos de sus familiares a propósito del Día de Muertos y los colocan en un osario.
Se trata de una tradición centenaria en esta comunidad, la cual dicta que la limpieza debe practicarse a partir del tercer año de sepultura. Los huesos exhumados quedan a la vista de cualquier visitantes del cementerio; en el proceso se usa un mantel bordado especialmente para la ocasión y, con una brocha o plumas de pavo, agua y cal, se sacude el polvo acumulado. También se retoca la pintura del osario y se colocan flores frescas.
En las casas, como parte del ritual, se prepara el pibipollo, un tamal redondo de 50 centímetros de diámetro, horneado bajo tierra